Lyon en Octubre del 2010.

sábado, 30 de octubre de 2010

Grandes inventos de la humanidad.

Página 12 del libro "Grandes inventos de la humanidad" de Eduardo Galeano


La puerta giratoria
La puerta que gira fue inventada en Berlín, en 1881, para evitar el frío, el viento, la nieve, el polvo y el ruido.
Más de dos siglos después, sirve también para circular, gira que te gira, entre los negocios, la política y la guerra.
Algunos casos más o menos recientes, en los Estados Unidos:
Robert McNamara encabezó la empresa Ford, donde hizo lo que pudo contra la naturaleza y contra los peatones distraídos, hasta que un giro de puerta lo lanzó a dirigir la matanza de Vietnam, durante unos cuantos años, y culminó su carrera exterminando países desde el Banco Mundial;
Donald Rumsfeld fue jefe de gabinete del gobierno de los Estados Unidos, desde allí la puerta giratoria lo arrojó a una fábrica de Monsanto, la serial killer multinacional, donde legalizó venenos que habían sido prohibidos, hasta que la puerta giró nuevamente y apareció conduciendo la guerra de conquista del petróleo de Irak;
Dick Cheney encabezó el Pentágono en el gobierno de Bush Padre y regaló jugosos contratos militares a su empresa Halliburton, y de ahí pasó al gobierno de Bush Hijo, donde se ocupó de la demolición y la reconstrucción de Irak en beneficio de Halliburton, siempre en el centro de su generoso corazón.
Y el vaivén de la puerta no paró.
A mediados del año 2009, el presidente Obama colocó a Michael Taylor a la cabeza del organismo público que controla los alimentos y los medicamentos que se venden en el país. Taylor ya había trabajado allí. Había sido él quien dio el visto bueno a las hormonas transgénicas para vacas lecheras, que pueden producir cáncer, y había autorizado que esa leche se vendiera sin ninguna advertencia en el envase. Monsanto expresó su gratitud otorgando a Taylor el cargo de vicepresidente de la empresa.


El paraguasHace unos dos mil cuatrocientos años, los chinos usaban paraguas de varillas plegables.
El modelo no ha cambiado mucho, pero hay ciertos instrumentos, de uso más exclusivo, que se usan para atravesar las grandes tormentas históricas.
Esos paraguas extraordinarios salvaron a los altos ejecutivos que perdieron sus empleos, durante la crisis que está castigando al mundo.
En cifras redondas:
Robert Eaton, directivo de Chrysler, recibió un consuelo de ciento treinta millones de dólares;
Lee Raymond, de la petrolera Exxon, trescientos cincuenta millones de dólares;
Robert Nardelli, de la constructora Home Depot, doscientos diez millones;
Hank McKinnell, de la farmacéutica Pfizer, doscientos millones.
Lloyd Blankfein, de la financiera Goldman Sachs, no perdió su empleo, pero tuvo que reducir su salario anual, que era de unos cincuenta millones de dólares: lo que le quedó alcanzó para evitar que la crisis lo ahogara.


El semáforoEl primer semáforo funcionó, desde fines de 1868, frente al Parlamento británico.
En nuestro tiempo, otros semáforos, mucho más poderosos, dirigen el tráfico mundial.
En casi todos los países del norte, la luz roja impide la circulación de herbicidas, pesticidas y abonos químicos que contengan abamectina, acefato, carbofurano, cihexatina, endosulfato, forato, fosmet, lactofem, metamidofós, paraquate, parationa metílica, tiram y tricloform.
En casi todos los países del sur, la luz verde da la bienvenida a esos mismos agrotóxicos, venenosos para la salud humana, que los países del norte les venden.
¿Quién maneja los semáforos?
¿Quién gobierna a los gobiernos?


El ascensorSegún dicen, el primer ascensor fue un sillón con roldanas, que el gordísimo rey inglés Enrique VIII inventó, hace siglos, para evitar las escaleras del palacio.
Más modernos ascensores utilizó Silvio Berlusconi para subir hacia el poder absoluto en Italia.
En el año 1984, Bettino Craxi, socialista, presidente del Consejo de Ministros, firmó un decreto-ley que bendecía el monopolio de Berlusconi sobre la televisión privada.
Craxi lo había conocido en un crucero, donde Silvio animaba a los pasajeros con sus chistes y sus canciones. Atraído por su insuperable vulgaridad y su extraordinario mal gusto, Craxi le juró amistad eterna y eterna televisión.
La tele fue el principal ascensor de Berlusconi hacia el poder político. El fútbol también ayudó, desde que compró el club Milan y ganó varias torneos. Electo y reelecto varias veces por el voto popular, ejerció el gobierno de Italia y del Milan, se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo y en el campeón mundial de la impunidad, atravesó invicto una infinidad de procesos judiciales y no estuvo ni un solo día preso, mientras convertía sus vicios en admirables virtudes y sus estafas en hazañas dignas de aplauso.


El chivo expiatorioSegún antiguas tradiciones religiosas, un macho cabrío cargaba los pecados de todos y era castigado con la expulsión al desierto.
Esa invención ha servido y sigue sirviendo para descargar sobre espaldas ajenas la responsabilidad de nuestras desgracias y nuestras culpas.
Algunos pueblos, como por ejemplo los judíos y los gitanos, vienen trabajando de chivos expiatorios desde hace mucho tiempo.
A mediados del año 2008, la revista italiana Panorama, que pertenece a Berlusconi, tituló, en portada: Nacidos para robar.
Se refería a los gitanos; y según las encuestas, la opinión pública coincidía con este veredicto genético.
Poco antes, Alfredo Mantovano, viceministro del gobierno de Berlusconi, había desarrollado la idea, en la televisión de Berlusconi:
–Los gitanos son una etnia inclinada al robo y al secuestro de niños.
O sea: ladrones y, para peor, ladrones de niños.
La Justicia italiana no había comprobado la veracidad de ninguna denuncia de secuestro de niños por gitanos; pero ese detalle carecía de importancia.


Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-150601-2010-08-03.html

viernes, 29 de octubre de 2010

La historia silenciada: Haiti


La historia silenciada: Haiti

Eduardo Galeano 4 de abril de 2004

El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el
aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.

Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.

Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.

Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.

Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. (cuando los poderosos no quieren, que se lo digan a Nicaragua y toda latinoamérica)Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.

De la maldición blanca, no se habló.

La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?

—El anterior.

—Pues, que se restablezca.

Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.

Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.

A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.

En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.

En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública.
La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.

Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.

Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.

Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.

En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso.
Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.

En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.

Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las
manos de su gente.

jueves, 28 de octubre de 2010

Los Mantras




Los mantras son palabras o frases (no rezos) generalmente en sánscrito, que se recitan en voz alta o bien de manera interna, de forma rítmica y repetitiva como objeto de la meditación.

Mantra es sonido, vibración. Todo en el universo vibra y Tú vibras. Los sabios que conocieron el principio del sonido crearon los mantras de interiorización, porque conocían el poder que yace detrás de la palabra.

La palabra mantra proviene del sánscrito man, que significa mente, y tra que tiene el sentido de protección, y también de instrumento. Los mantras son recursos para proteger a nuestra mente contra los ciclos improductivos de pensamiento y acción. Aparte de sus aspectos vibracionales benéficos, los mantras sirven para enfocar y sosegar la mente. Al concentrarse en la repetición del sonido, todos los demás pensamientos se desvanecen poco a poco hasta que la mente queda clara y tranquila.

El mantra es el vehículo que nos conduce hacia nuestra esencia y cuando nos conectamos con esa fuente inagotable de energía en meditación profunda, experimentamos que "El que repite el Mantra", "El Mantra" y "Su fuente", es uno solo, es nuestro propio sonido, la vibración del ser.

¿Cómo funcionan?

Los mantras emplean un canal subliminal pero con intenciones benéficas. No es necesario intelectualizar el "significado" o la simbología del mantra para que su sonido ejerza sus efectos sobre nosotros. El ritmo sonoro funcionará en el plano inconsciente y acabará por saturar los pensamientos conscientes, lo cual a su vez, afectará a los ritmos. De hecho parte de la magia del mantra consiste en que no se debe reflexionar sobre su sentido, pues sólo así trascenderemos los aspectos fragmentarios de la mente consciente y percibiremos su unidad subyacente.

La repetición consciente del mantra utiliza el sonido como vehículo que nos conecta con los chakras superiores del exterior del cuerpo, porque no hay manera de acceder a ellos por medio de la lógica. El sonido lleva una cierta frecuencia y el cuerpo la reconoce.

A lo largo de la repetición del mantra la información que contiene el mismo se desvanece quedando solamente el efecto sonoro y tranquilizador en nuestra mente.

No hay que pensar activamente en el significado gramatical del mantra (si es que lo tiene). Si se conoce el significado de alguna de las palabras, es posible que nos remita a ciertas ideas. Esas asociaciones tendrán un efecto en nuestra mente y su sentido se irá haciendo más profundo cada vez, conforme lo exploremos fuera de la meditación.

Meditación con Mantras

La meditación con mantras consiste en antiguas vibraciones creadas a partir de los sonidos internos que los grandes yoguis percibieron dentro de sus mentes y cuerpos, basados en las corrientes internas sutiles de los Chakras, los Nadis y la Kundalini.

La práctica se hace principalmente de dos maneras: la primera se llama "Japa Mantra", se utiliza un collar de meditación de 108 cuentas hechas de Sándalo, Tulsi o semillas de Rudraksha, las cuales tienen propiedades curativas y relajantes. "Japa" quiere decir "repetición", y "Mala" quiere decir "collar". "Japamala" significa "collar de repetición". Este collar no debe ser nunca confundido con un "rosario católico, ortodoxo o árabe", ya que el "rosario" tiene una antigüedad de 1.500 años en cambio el "Japamala" tiene una antigüedad de 6.000 años.

La práctica de "Japa mantra" debe hacerse -en lo posible- con una frecuencia diaria: en la mañana temprano al levantarse y en la noche antes de dormir: sentarse en una posición con las piernas cruzadas y la espalda derecha. Si es necesario se puede apoyar la espalda. Si duelen las piernas pueden sentarse en una silla. El collar de meditación se toma con la mano derecha y se pone sobre la rodilla derecha (aunque sea zurdo). La mano izquierda se apoya relajada o con un mudra sobre la rodilla derecha. Los ojos cerrados. Cada una de las 108 cuentas del collar se van pasando hacia adelante con los dedos: pulgar, mayor y anular de la mano derecha. Nunca se deben usar los dedos índice ni meñique ya que estos están conectados con las energías del ego y la inercia. El collar de 108 cuentas tiene un "Penacho" que representa "la cabeza", por lo tanto, al llegar con los dedos a ese punto, no se debe atravesar ni pasar por encima, sino que, hay que volver hacia atrás, en el caso de que se quiera, dar más de una vuelta.

La segunda forma importante de usar los mantras se llama "Ajapa-japa". Consiste en la repetición constante y espontánea, en todo momento y en cualquier lugar. También, en este caso, el mantra ideal es "So-Jam". Cuando no estamos trabajando o estudiando, la mente se queda ociosa divagando y pensando en problemas y cosas que nos preocupan y tensionan. En ese momento es, cuando resulta indispensable y útil, practicar con "Ajapa-japa" y así evitar el vagar de la mente, creando un estado de concentración y atención más estable.

Consejos para practicar mantras

Los mantras pueden emplearse solos o como parte de una práctica de visualización. En una visualización típica se da una comunicación que va de la "deidad" al practicante (como bendiciones, como rayos de luz o, incluso, como palabras) y también hay una comunicación desde el meditador hacia la deidad, en forma de mantra. También se pueden usar los mantras como "protectores de la mente" mientras uno camina, lava los platos y hasta cuando se está sentado meditando. Con frecuencia, los budistas cuentan los mantras que cantan pasando las cuentas de una "mala". El acto físico de contar girando una mala ayuda a la mente a mantenerse enfocada. Normalmente, una mala tiene 108 cuentas. Este número tenía un significado místico en la antigua India. Puede traerse la mala colgada en el cuello, de modo que se tenga a la mano cuando sea necesario. También hay malas que tienen 21 cuentas y se utilizan como pulseras, aunque no es esencial usar una mala.

Si se quieren usar mantras en una meditación formal, ya sea que se canten en voz alta o de manera interna, primero es importante ponerse cómodo, con una postura erguida. Durante algunos minutos, hay que observar la respiración y dejar que la mente se asiente. Quizá dejar que la respiración sea más lenta, llevándola hasta el abdomen y haciéndola más profunda. Esto ayudará a aquietar la mente, aunque no es necesario tener la mente absolutamente serena antes de comenzar a decir el mantra.

Si se dice el mantra en voz alta, hay que dejar que resuene en el pecho. Puede servir inhalar profundamente, llevando el aire al vientre, antes de pronunciar cada mantra. Por lo general, un mantra sonará mejor si se emite en una sola exhalación. Si eso resulta difícil, no hay que preocuparse. Se debe dejar que dure la última nota de cada mantra antes de comenzar el siguiente. Poco a poco los mantras entrarán en un ritmo natural con la respiración de cada uno. Hay que asegurarse que el mantra vaya con la respiración y no al revés.

Si surge alguna preocupación en cuanto a estar trabajando adecuadamente con el mantra, hay que dejar que esa inquietud se disipe. Poco importa si la pronunciación no es la correcta, lo que cuenta es el espíritu.

Para terminar, lo ideal es permitir que el canto vaya bajando de volumen poco a poco, hasta que deje de ser un sonido externo y sólo lo escuchemos en nuestro interior. Luego dejar que ese sonido interno se vaya volviendo silencio. Al concluir la práctica, permanecer sentados en la resonancia de ese silencio, dejando que la vibrante quietud tenga un efecto refrescante en nuestra mente y en nuestras emociones.
(texto escrito por Miriam Perez, Leandro Arrozeres y Paz Montejano)